“Crónica de un caminante”, de Antonio Dal Masetto
Sudamericana, Buenos Aires, 2015, 205 páginas
En Argentina: 199 pesos
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“Todo el tiempo estamos viajando hacia alguna parte”, decía el argentino
(nacido en Italia) Antonio Dal Masetto poco antes de morir y a propósito de
“Crónica de un caminante”, su novela conocida póstumamente a finales del año
pasado.
“Crónica”, es un libro comparativamente pequeño, ajeno a las estridencias,
volcado a la melancolía y que transcurre en alguna isla del Mediterráneo, a la
que el protagonista-narrador arriba para permanecer unos escasos días a
instancias de (y financiado por) un amigo. Hace el viaje porque se siente
descentrado, como si hubiera perdido el sentido de la cosas. Sintiéndose
también deudor, aunque no sabe exactamente de qué ni por qué.
Hay una reiteración temática en la veintena de libros que publicó el ya
extrañado “Tano” y no se equivoca quien sostenga que el
desarraigo, la memoria, la soledad, la amistad y los viajes son las constantes
en su obra. Precisamente, varias de esas recurrencias se hacen presentes en
este libro en el que prevalece la levedad. Levedad por lo poco que le ocurre al
personaje, por las historias que narra y, por sobre todo, a causa de una suerte
de “tiempo detenido” que logra imprimirle a la historia, que es el tiempo del
narrador.
En la isla, el protagonista se relaciona con escasas personas. De ellas dos
resultan particularmente significativas: “El Pequeño”, que toca la guitarra y
prácticamente vive en una plaza donde hacen pie las prostitutas del lugar y una
mujer, sin nombre, que como una Scherezade contemporánea le cuenta historias de
su pasado en las que, al parecer, el mismo protagonista estuvo implicado.
El dilema que lo corroe es su falta casi absoluta
de compromiso existencial. Con el claro estilo de Dal Masetto (sencillez que no
debe confundirse con superficialidad, claro está) y que tanto extrañaremos, le
hace decir al personaje: “Hacía mucho, no sabía cuánto, que vivía a los tumbos,
sin ideas claras, sin alicientes, sin entusiasmos. Y así andaba por los días,
conviviendo con ese algo sin nombre, mirando las cosas y la gente casi sin
verlas, empujando un pie delante del otro sin ir a ninguna parte”.
Le parecía verse, añade, en diferentes
etapas de su vida “agobiado por una sucesión de deudas”, aunque aclara que no
habla de deudas económicas, sino de un algo impreciso pero también nunca resuelto,
deudas acumuladas que presionan las
unas sobre las otras. Por eso acepta el ofrecimiento generoso de un viaje pago a la isla mediterránea porque a él no se le ocurre otra cosa “que empezar a correr en cualquier
dirección”. Tomar distancia, sostiene en determinado momento, le significaría
algo similar a darse un baño purificador y rescatador.
Quizás por eso escucha a la mujer, joven y
rubia, con la que noche tras noche se encuentra en un bar, pero sin
involucrarse con sus afirmaciones, porque ella insiste en que se han conocido y
hasta convivido en un pasado que el protagonista no reconoce en ningún momento
como propio. Quizás nunca ocurrió cuanto afirma la mujer, pero como sus
historias le resultan fascinantes la escucha con atención, aunque sin tomar partida.
Dal Masetto se da tiempo para introducir
un relato –que pone en boca de “El Pequeño”- perteneciente a un escritor
argentino que no nombra, como también se detiene largamente en la vida de otro
escritor, quien fuera su amigo, ya muerto, también argentino, de vida nocturna
y amante de los gatos. Se trata de una sensible semblanza que termina siendo un
evidente homenaje al fallecido Osvaldo Soriano (1943-1997; foto), pese a que tampoco lo
nombra.
Viaje al “interior” del personaje, viaje al
exterior (en los viajes Dal Masetto encontró un cierto sentido a la propia existencia)
y hasta un trasfondo social levemente expresado en conversaciones de los aldeanos
y por un caso extremo en el que se ven involucrados dos ancianos, “Crónica de un
caminante”, resulta una melancólica despedida de quien nos legó una obra cálida y
muy, muy válida.
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“Me desperté, me vestí, me asomé al balcón
y me quedé mirando el cielo luminoso y sin nubes y la franja de mar con un
pesquero quieto entre la costa y el horizonte, y todo el tiempo pensaba que al
día siguiente tomaría el avión para regresar a Buenos Aires. Cuando bajé y
empecé a caminar, me pareció que estaba viendo esa ciudad por primera vez. Era
como si no hubiese andado antes por sus calles, como si acabara de llegar y la
estuviera descubriendo”.
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Datos para una biografía
Antonio Dal Masetto nació en Intra, Italia, en 1938, y
en 1950 emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió
español leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. Tras
desempeñar variados oficios fue, finalmente, periodista y escritor. “Lacre”, su
primer libro de cuentos, mereció en 1964 una mención en el Premio Casa de las
Américas. Ha escrito las novelas “Siete de Oro” (1969), “El ojo de la perdiz”
(1980), “Fuego a discreción” (1983), “Siempre es difícil volver a casa” (1985,
llevada al cine por Jorge Polaco), “Oscuramente fuerte es la vida”, “Amores”
(con ilustraciones de Luis Pollini, ambos de 1990), “La tierra incomparable”
(1994), “Demasiado cerca desaparece” (1997), “Hay unos tipos abajo” (1998,
filmada por Rafael Filippelli y Emilio Alfaro), “Bosque” (2001), “Tres genias
en la magnolia” (2005), “Sacrificios en días santos” (2008), “La culpa” (2010),
“Cita en Lago Maggiore” (2011), “Imitación de la fábula” (2014) y “Crónica de
un caminante” (2015). Entre sus libros de cuentos figuran “Ni perros ni gatos”
(1987), “Reventando corbatas” (1989), “Amores” (1991), “Gente del Bajo” (1995),
“El padre y otras historias” (2002) y “Señores más señoras” (2006), a ellos se
suman los relatos de “Crónicas argentinas” (2003). Fue premiado en diversas
oportunidades: mención Premio Casa de las Américas 1964 por “Lacre”; segundo premio
municipal (Buenos Aires) 1983 por “Fuego a discreción”; segundo premio municipal
(Buenos Aires) 1987 por “Ni perros ni gatos”; primer premio municipal (Buenos
Aires) 1990 por “Oscuramente fuerte es la vida”; premio Planeta Biblioteca del
Sur 1994 por “La tierra incomparable”; y Premio Konex de Platino 2014 en la
disciplina "Novela: Período 2011-2013". Sus libros han sido
traducidos al italiano, alemán, francés y hebreo. Murió en Buenos Aires en noviembre de 2015.
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Comentario anterior:
“La culpa” (2010)
“La culpa”, de Antonio Dal Masetto. Tusquets Editores,
Buenos Aires, 2010, 224 páginas.
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Algo grave e impreciso parece hostigar a César desde
el momento en que decidió regresar a la tierra donde vivió, diecisiete años
atrás, una inacabada historia de amor: “Lo fue acosando la sensación de que
alguien o algo venía detrás de él y que en cualquier momento una mano se le
apoyaría en el hombro”.
César, un pintor, es el personaje central de “La
culpa”, tensa novela de Antonio Dal Masetto. Una historia lineal, de aparente “fácil”
lectura pero que resulta una profunda reflexión sobre la existencia, sobre el sufrimiento:
“Esas luces se le antojaron como parpadeos de dolor. ‘El dolor gratuito de los
humanos’, pensó”.
Esos “diecisiete años atrás” los vivió con una joven,
Lucía, a la que doblaba la edad. El paraje donde ambos pasaron un cierto tiempo
es un lugar ubicado al sur del Brasil, próximo al mar. A él regresa luego de
que se separara de la joven y que ésta desapareciera, una víctima más de la
ominosa dictadura militar argentina de los ’70.
Dal Masetto, evitó caer en el lugar casi común de la
recurrente apelación a los años negros que soportara Argentina. En realidad, el
dato histórico sirve como revulsivo para la culpa que carga César, quien
llega a ese pueblo perdido del sur brasileño buscando resolver las preguntas
que no termina de hacerse, darse las respuestas que en todos esos años no ha
podido encontrar.
Lo que sí encuentra es un mundo diferente. Allí están
el Panadero, el librero, la dueña de la pensión, el joven Paulo, los adherentes
a la religión yoruba y a la deidad Yemanyá, y hasta una historia de sangre –el
asesinato de un joven- generada por amores no correspondidos.
En el lugar idílico
Todo, y todos, parecen haberlo estado aguardando en
ese lugar idílico. Pero allí, pese a que lo intenta de distintas maneras, César
no termina de encajar, de volverse “ellos”, sin duda porque la carga que lleva
encima no los incluye y porque él mismo no termina de encontrar el sentido de
sus acciones personales.
Casi en el comienzo del relato o, para mejor decir, en
el mismo momento en que César ingresa al pueblo costero, tropieza con un
muchacho con la camisa manchada de sangre y un cuchillo en su mano. ¿Una premonición? Se sabrá oportunamente. El
protagonista lo cuenta así: “Fue una entrada y salida igual que en el escenario
de un teatro. El cuchillo, la sangre, la evidencia de la violencia alterando la
soledad había sido un escopetazo en el silencio”.
La voz medida, meditada, de Dal Masetto, irá llevando
al lector por los laberintos existenciales del protagonista. En tanto, ocurrirán
hechos particulares, tan extremos como los de un crimen, o tan sutiles como las
historias que le cuenta el Panadero quien le promete narrarle otra, quizás
definitiva, y que se relaciona con el pan, con la íntima vinculación que el
producto alimenticio por excelencia ha mantenido con los seres humanos a lo
largo de los siglos (“El pan es el hallazgo más importante de la humanidad”,
sostiene el Panadero).
Metáfora o alegoría, habrá que tomar en cuenta el dato.
Mientras, prosigue la pequeña historia cotidiana de César en el pueblo. El
protagonista, cada tanto recuerda a Lucía, lo que hicieron o dejaron de hacer
como pareja, las actitudes diferentes de ambos ante los hechos políticos –ella
quería involucrarse en acciones concretas, él mantuvo distancias-, que
terminaron separándolos, su visita a la madre de la joven después de haber
sabido de su desaparición, y otros acontecimientos que lo mantienen afincado en
el pasado.
Pero será, en definitiva, el presente que lo
reclamará. Especialmente a través del joven Paulo quien lo introduce a los
ritos de la religión yoruba, al tiempo que tanto intenta –inútilmente-
vincularlo con mujeres con las que César no termina de establecer contactos, ni
físicos ni (menos) afectivos.
La búsqueda del “alma”
Dal Masetto oportunamente sostuvo que “hay lugares que
tienen más alma que otros”. El sitio al que regresa César parece contener mucho
de esto, de un cierto espíritu, se podría decir, quizás evidenciado por
las ofrendas a Yemanyá, la diosa de la religión yoruba.
Pero también por muchas otras cuestiones, como ese
crimen que perturba a la comunidad. Que perturba al pintor: “La sangre lo
seguía siempre. Estaba atado a la sangre”. Así planteada, “La culpa” resulta
ser una nueva historia propia del desasosiego que tanto afecta a la criatura
contemporánea. En efecto, la inestabilidad emocional caracteriza a César quien
desde el primer momento en que decide regresar a esa región desconoce por qué
lo hace, qué es lo que se propone buscar. O, mejor, encontrar.
Hay una “sabiduría” de escritura en Dal Masetto, quien
supo contar a partir de elementos mínimos pero siempre significativos,
incluyendo el relato que ha escrito el librero del pueblo. En él un hombre
lanza llamas cuando intenta hablar y al interrogarse por qué se le produce tal
fenómeno concluye que se debe a las palabras no dichas, a lo que se ha callado
más de lo conveniente.
Es, por cierto, lo que le ocurre al protagonista de
“La culpa”, quien también siente de cierto modo su boca llagada a causa de los
silencios. Y es así que se comprende que ha ido a Brasil para expresar lo que
por largo tiempo ha callado.
El resto, vale decir la novela en sí misma, es lo que
Dal Masetto contó, las intrigas planteadas, las encrucijadas, los atajos, las
resoluciones y hasta aquello que no resuelve. El resto es, pues, la literatura.
Ese territorio personal que el escritor argentino felizmente logró
preservar sin hacer concesiones.
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Video: Programa “Los siete locos”, dirigido por Cristina Mucci, dedicado a Antonio Dal Masetto pocos días después de su fallecimiento y emitido el 14 de noviembre de 2015 (duración 11 minutos).
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