Alfaguara, Barcelona-Buenos Aires, 2016, 314 páginas.
En Argentina: 299 pesos. En España: 20,90 euros
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Como ocurriera hasta último momento con su amigo, el
mexicano Carlos Fuentes, para el peruano Mario Vargas Llosa no resultan
obstáculos la edad ni las vicisitudes de la vida si se trata de encarar
renovadas muestras de creación e imaginación, de publicar nuevos libros.
Así, en el mismo mes que cumple 80 años, y a pesar de
encontrarse “ahogado” por las revistas del corazón por su inesperado divorcio y
su rutilante nueva relación con Isabel Preysler, ha logrado superar tantas
dificultades y entregar su más reciente novela, “Cinco esquinas”, ambientada en
los años de terror que vivió su país natal, el Perú, durante la égida de
Alberto Fujimori y su monje negro, “el Doctor”, tal como se lo conocía a
Vladimiro Montesinos.
Lo que comienza siendo una historia erótica de dos
amigas que se descubren lesbianas, deriva en una serie de episodios teñidos de
violencia y amenazas, propias de un ambiente lúgubre como se vivió en el Perú
durante la fatídica década de 1990, con Fujimori tornándose aceleradamente en
un dictador cruel y corrupto, al tiempo de convivir con el terror que emergía
tanto de las fuerzas armadas como de una guerrilla impiadosa que buscaba
imponerse a través del pánico (especialmente la que encarnaba, y aún encarna,
Sendero Luminoso).
En novelas anteriores, Vargas Llosa buscó diseccionar
períodos históricos concretos, como ocurriera con la dictadura de Manuel Odría
en su novela capital (nunca superada) “Conversación en La Catedral” o con
determinados episodios del espantoso dictador Rafael Leónidas Trujillo en “La
fiesta del Chivo”.
Acá se trata de Fujimori y de la “asfixia” cotidiana que
significó vivir en su gobierno, mientras Sendero Luminoso y en menor medida el
grupo Tupac Amarú con sus ataques, sus bombas y secuestros tornaban pesadilla
cotidiana el existir del peruano medio, especialmente en la zona andina. Aunque
en rigor ningún sector del país estaba exento de los excesos y la sevicia.
Vargas Llosa toma como eje y símbolo las Cinco Esquinas
del título (foto), una zona marginal y postergada de la Lima actual que tuvo tiempo
atrás su momento de esplendor. Pero en el “hoy” de la novela (y en el hoy
actual, dado que el escritor estuvo recorriendo la zona, con cierto riesgo para
su vida dado que es un sector peligroso de la ciudad, poco antes de concluir la
redacción de esta ficción en los últimos meses del año pasado) todo se muestra
decadente, degradado, ganado por los marginales del delito y la droga.
En ese sitio ocurrirán hechos de significación, mientras
que en el siempre “desarrollado” barrio de Miraflores, donde residen las
personas pudientes y resguardadas (por el poder y el dinero), tienen lugar
otros episodios, más mundanos, protagonizados por las parejas que integran
Marisa y Quique, por una parte, y Chabela y Luciano, “amigos de toda la vida”,
cuyas mujeres descubren, casi por accidente, el deseo sexual, nunca confesado
ni admitido, que las terminará uniendo.
Pero, como se dijo, Vargas Llosa no entrega esta vez una
novela erótica (como ocurriera, por ejemplo, con “Elogio de la madrastra”) sino
que la relación de las mujeres resultará una suerte de comedia de alcoba que
oficiará de contrapunto respecto de los hechos de horror que también se ocupa
de narrar a través de distintos episodios y personajes. (En la foto, los tétricos el Doctor, Montesinos, y el dictador Fujimori).
Uno de ellos, “nervio motor” de la historia, refiere al
chantaje que un periodista amarillista e inescrupuloso llamado Rolando Garro,
director de un semanario dedicado a los escándalos, Destapes, por una fotos comprometedoras intenta hacerle a Quique,
quien en su vida asegurada y próspera es un poderoso empresario, dueño de minas
y muy vinculado a los sectores de poder peruano. Quique (el ingeniero Enrique
Cárdenas, como lo conoce el mundo, especialmente la alta sociedad limeña, muy
estructurada y conservadora), lo saca de su despacho casi a puntapiés,
decidiendo no atender sus reclamos que no son otra cosa que un chantaje
disfrazado de una propuesta de asociación editorial.
La respuesta negativa de Quique se trasformará en un
“error” que pagará caro, porque vive en un momento histórico en el que lo
equívoco y el terror tienen papel protagónico. Esta situación le posibilitará a
Vargas Llosa poner en circulación a varios personajes, tales como el
periodista Garro, su principal colaboradora, Julieta Leguizamón, más conocida
como “La Retaquita”, el fotógrafo Ceferino Argüello y, en especial, el
recitador Juan Peineta, un anciano desmemoriado que tuvo su cuarto de hora como
actor cómico y quien, por diversas circunstancias, cargará con la peor parte de
la historia.
Peineta, con su nombre y su comportamiento de hombre
pobre que busca mantener enhiesta la dignidad, forma parte de esa galería de personajes tales como Zavalita y Ambrosio (de "Conversación en La Catedral"), el escribidor Pedro Camacho (de “La tía Julia y el escribidor”), Mamaé (de "La señorita de Tacna"), la Chunga
de la obra homónima, el militar
Pantaleón Pantoja (de “Pantaleón y las visitadoras”) o el cabo o sargento Lituma,
recurrente personaje del peruano, que por distintos motivos, y especialmente,
por sus elaborados perfiles, han permanecido en el imaginario colectivo.
“Cinco esquinas” es llevadera y tiene un final abierto,
enriquecedor que, además, se toma una determinada licencia histórica respecto
del final de la dictadura de Fujimori que le sirve tanto para sus propósitos narrativos como para reivindicar en forma tangencial a un periodismo más limpio y ético. Sin embargo, a mi entender, se presenta
carente de esa verdadera intensidad que caracterizó a las mejores ficciones de
Vargas Llosa (sus perdurables primeras creaciones: “Los jefes”, “La ciudad y
los perros”, “La Casa Verde”, “Conversación en La Catedral”, “Los cachorros”),
amén de sus originales y audaces logros de renovada escritura. Obvio, y
lamentablemente, todo eso quedó atrás hace ya mucho tiempo.
No obstante resulta mucho más “novela” que otras
anteriores, como “El Paraíso en la otra esquina” o “El sueño del celta”, textos
que son crónicas antes que ficciones. Y se ve enriquecida por, entre otras
cosas, el duro y justo cuestionamiento que el autor le hace al periodismo
amarillista o amarillo, ese que no vacila a la hora de difamar con tal de
aumentar ventas y difusión.
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“El ex recitador se quedó mirando a su amigo sin saber qué decir. ¿Le
estaba pasando esto a él? ¿Estaba bien despierto? A una persona cuya vida se
había reducido a vivir en un miserable cuchitril, que recibía una pensión
ridícula, que tenía que ir al comedor de Las Descalzas para no volverse
tuberculoso. ¿Le podía todavía ir peor? ¿Buscado por la policía de la Seguridad
del Estado, él, Juan Peineta? Era tan absurdo, tan descabellado, que no sabía
qué decir, qué hacer”.
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Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú,
en 1936. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de
relatos, “Los jefes” en 1959, que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera
literaria cobró notoriedad con la publicación de la novela “La ciudad y los
perros”, Premio Biblioteca Breve en 1962 y Premio de la Crítica en 1963. En
1965 apareció su segunda novela, “La casa verde”, que obtuvo el Premio de la
Crítica y el Premio Internacional Rómulo Gallegos. Posteriormente ha publicado cerca
de treinta títulos, entre ellos las novelas “Conversación en La Catedral”,
“Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”, “La guerra del
fin del mundo”, “Historia de Mayta”, “¿Quién mató a Palomino Molero?”, “El
hablador”, “Elogio de la madrastra”, “Lituma en los Andes”, “Los cuadernos de
don Rigoberto”, “La fiesta del Chivo”, ”El Paraíso en la otra esquina”,
“Travesuras de la niña mala”, “El sueño del celta”, “El héroe discreto” y
“Cinco esquinas”; el relato largo “Los cachorros”; las obras teatrales “La
señorita de Tacna”, “Kathie y el hipopótamo”, “La Chunga”, “El loco de los
balcones” y “Ojos bonitos, cuadros feos”; los relatos de “Las mil noches y una
noche” y “Los cuentos de la peste”; los estudios y ensayos “García Márquez,
historia de un deicidio”, “La verdad de las mentiras” “La orgía perpetua”, “La
utopía arcaica”, “La tentación de lo imposible” ,”El viaje a la ficción”,
“Sables y utopías” y “La civilización del espectáculo”; y sus memorias reunidas
en “Contra viento y marea” y “El paz en el agua”. Se han hecho versiones
cinematográficas de sus textos “La ciudad y los perros”, “Los cachorros”, “Pantaleón
y las visitadoras” (una de cuyas dos versiones codirigió), “La tía Julia y el
escribidor”, “La Chunga” y “La fiesta del Chivo”. Ha obtenido los principales
premios literarios, entre los que cabe mencionar el Nobel de Literatura 2010,
el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov, el Grinzane Cavour, el
Rómulo Gallegos y el Planeta. Ha recibido doctorados honoris causa de distintas
universidades del mundo y diversos reconocimientos de gobiernos e instituciones.
En el plano político, luego de su pública ruptura con la revolución cubana fue
adoptando posiciones liberales, que ha defendido a lo largo de los años. En
1990 se presentó como candidato presidencial del Perú, elecciones que perdió
ante Alberto Fujimori. Perseguido por este dictador, en 1993 adoptó la
nacionalidad española, A los 19 años se casó por primera vez con su tía
política Julia Urquidi. Divorciado en 1964, más tarde contrajo nupcias con su
prima, Patricia Llosa, con la que tuvo tres hijos y estuvo casado cincuenta años.
Actualmente convive con Isabel Preysler y reside en Madrid.
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Algunos enlaces:
Comentario anterior:
“El sueño del celta”, 2010.
Editorial Alfaguara, Madrid-Buenos Aires, 2010, 464
páginas
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Roger Casement murió ahorcado en 1916, acusado por el
gobierno británico de ser un traidor que trabajó para los intereses del imperio
alemán en momentos en que británicos y germanos se encontraban enfrentados en
una brutal contienda bélica que no daba ni permitía tregua.
Pero Casement fue al patíbulo convencido de que había
hecho lo mejor para favorecer la independencia de Irlanda, por la que dio
literalmente la vida y por la que dejó de lado todo cuanto le hubiese permitido
llevar adelante una existencia de reconocimientos y relevancia social, como la
que tuvo entre los ingleses luego de haber formulado severas denuncias sobre la
explotación de indígenas en el Congo africano y en la selva peruana.
Casement fue un hombre de convicciones y
contradicciones. Vivió intensamente una vida plena de logros pero también de
fracasos. Así, este aventurero que por sus ideales radicalizados perdió la
vida, fue un fascinante personaje que parecía salir de una novela. O reclamar
una propia, la que en definitiva terminó escribiendo Mario Vargas Llosa y que
dio a conocer prácticamente en el mismo momento en que se le otorgó el Premio
Nobel de Literatura.
“El sueño del celta” es la historia de Casement y es
también una nueva reflexión del escritor peruano sobre la imposibilidad de
volver ciertos los sueños y de cómo éstos se estrellan una y otra vez contra el
espeso muro de la realidad.
Así expresado, “El sueño del celta” no puede dejar de
ser vinculada con otras historias antes narradas por Vargas Llosa, tales como
“La guerra del fin del mundo”, “Historia de Mayta”, “La fiesta del Chivo” o “El
Paraíso en la otra esquina”.
El monstruoso Congo de Leopoldo
Cuando le regalaron
(sic) el extenso Congo al rey Leopoldo II de Bélgica se afirmaba que a partir
de ese momento el territorio africano sería beneficiado por la bondad del
monarca y la “civilización” que proporcionaría Europa. Los europeos estaban
convencidos de que eso iba a ocurrir así, indefectiblemente. Entre ellos se
encontraba el joven Casement, hijo de padre protestante y de madre católica
(quien presuntamente había abjurado de su religión) y a la que perdió cuando
era un niño.
De espíritu aventurero, admirador del famoso explorador
Henry Morton Stanley, Casement conoció África a los veinte años (había nacido
en 1864), pero de a poco fue desengañándose sobre lo que verdaderamente pasaba
en Congo. Y a partir de 1903 comenzó a informar al Foreing Office, la
Cancillería británica, sobre la ignominiosa explotación de los nativos, que
eran exigidos al máximo para la extracción del caucho, el verdadero motivo
“civilizador” que espoleaba a los europeos, el rey el primero de ellos (se
había reservado para sí 250 mil kilómetros cuadrados de los dos millones que
tiene el país africano).
Los informes que presentó Casement, apoyado por un
periodista y por otros integrantes de la opinión pública británica, resultaron
lapidarios, aunque la explotación de los nativos para la extracción del caucho
prosiguiera por largo tiempo. Y la “civilización” occidental continuaría
haciendo estragos en África… hasta nuestros días.
Así como informó sobre lo que ocurría en África, a pesar
de los riesgos y de las enfermedades que lo tenían a mal traer, Casement no
vaciló en poner blanco sobre negro respecto de la explotación de los pueblos
originarios peruanos, también sobre la extracción del caucho, en este caso por
parte de la empresa que aunque propiedad del peruano Julio Arana era inglesa,
un “imperio” que terminaba siendo la verdadera ley en la zona norte del país
incaico, adonde no llegaban las leyes dictadas en Lima.
La obsesión, Irlanda
La novela se abre –son sus mejores páginas- en los
momentos de máxima soledad de Casement, en prisión y aguardando la resolución
del gobierno inglés, que lo ha detenido en plena guerra con Alemania luego de
haber arribado a las costas británicas en un submarino germano y como
responsable del traslado de armas destinadas a los irlandeses que luchaban por
la independencia de su país.
El aventurero irlandés, cuenta Vargas Llosa, a pesar de
todos los beneficios que recibió del Imperio Británico –fue nombrado sir- de a
poco se sintió “convocado” por Irlanda, por su independencia, convicción que se
reactivó cuando se enteró que había sido bautizado por el rito católico, en
secreto y por decisión de su madre.
El aventurero tenía una visión idílica, poco realista,
extremista también, sobre la república. Así, llegó a concebir la independencia
de su patria natal a partir del apoyo del kaiser Guillermo II y para ese fin se
trasladó a Berlín –en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial- para
organizar una brigada independentista entre los irlandeses prisioneros de
guerra.
Sus ideas eran irracionales, alejadas de la realidad:
por supuesto que fue considerado traidor, por los prisioneros de los alemanes
en primer término –a quienes les pedía que combatieran con sus vencedores y
contra la propia tropa inglesa- y de inmediato por toda Inglaterra, incluyendo
a muchos irlandeses que sencillamente no comprendían sus intenciones. Aún los
propios independentistas no terminaban de confiar plenamente en él.
Ya detenido y mientras aguardaba sentencia, circularon
sus diarios íntimos que develaban su homosexualidad, algo demasiado mal visto
por la Inglaterra de su tiempo, aún victoriana. Allí contaba aventuras
escabrosas que Vargas Llosa supone fueron producto más que nada de su
imaginación, en tanto que quienes lo admiraron afirmaban que esos diarios fueron
fraguados por el servicio secreto británico para perjudicarlo.
Como fuere, tantas contradicciones contribuyeron en
mucho para que el gobierno decidiera su ejecución, que tuvo lugar en agosto de
1916 cuando Casement tenía 52 años, aunque se lo veía envejecido debido a su
deplorable estado de salud.
Antes crónica que novela, a “El sueño del celta” le
falta el desborde imaginativo, el contar con mayor profundidad “desde dentro”
de los personajes. Hay exceso de información y a veces ausencia de tensión en
esta historia que encontramos más próxima a “El Paraíso en la otra esquina” que
a los grandes relatos del peruano que tanto llegaron a conmovernos. De Vargas Llosa y con tan enorme personaje
hubiéramos querido mucho más.
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Video: presentación de “Cinco esquinas” en Casa América
de Madrid, 1/3/2016. Duración: una hora.
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