“Botas de
lluvia suecas” (“Svenska gummistövlar”), de Henning Mankell. Tusquets,
Barcelona-Buenos Aires, 2016, 399 páginas.
Traducción de
Gemma Pecharromán Miguel. En España: 19,90
euros. En Argentina: 389 pesos.
Una década
atrás, Henning Mankell quiso probarse a sí mismo y contar una historia que lo
alejara del policial y del personaje que lo volviera mundialmente famoso, el
policía Kurt Wallander. Fue así que escribió “Zapatos italianos”, historia de
encuentros-desencuentros entre un viejo médico, Fredrik Welin, Harriet, un
viejo amor que lo busca para pasar con él sus últimos tiempos de vida, y
Louise, hija de ambos, treintañera, de la que el profesional retirado no tenía
la menor noticia de su existencia.
En 2015,
mientras combatía el cáncer que lamentablemente terminó con su vida, Mankell se
dio tiempo para escribir una nueva historia de Welin, novela que ahora se
conoce póstumamente y que encuentra al médico anciano ocho años más tarde, sin
haberse movido de la vieja casona asentada en un archipiélago apartado en el
que el verano es breve y el invierno extenso y riguroso.
La historia
comienza cuando Fredrick se despierta una madrugada ahogado por el incendio
declarado en su casa, que la consume en forma muy rápida y hasta lo último, y
de la que a duras penas, y sólo con lo puesto, logra salir indemne.
A pesar de la
hora recibe el auxilio de Ture Jansson, el viejo cartero de las islas, y de
otros vecinos. Logra sobrevivir, pero las pérdidas que sufre son totales. Mientras
decide su destino, el médico se refugia en una pequeña casa rodante que
conserva al lado de la antigua casona que había sido levantada por sus
abuelos, mientras debe soportar las sospechas de que él mismo ha sido el autor
del siniestro.
Por causa del
siniestro conoce a la periodista Lisa Modin, solitaria mujer a la que duplica
en edad pero de la que igual se enamora y, poco más tarde, recibe la sorpresiva
visita de su hija, ya cuarentona, quien le causará considerable aflicción pues
tiene una personalidad difícil (en realidad es tan huraña como su progenitor) y
cuya azarosa vida le generará sorpresas y disgustos, uno de los cuales le
obligará a trasladarse a París.
Lo que Mankell quiso contar. Aunque el incendio y la culpabilidad o no de Fredrick subyace como una
suerte de tema secundario a lo largo de la novela, Mankell ha querido -en lo
sustancial- reflexionar sobre la vejez y la muerte en la persona del anciano
médico retirado, que tiene conciencia de la pérdida de sus fuerzas, y hasta del
propio sentido de la vida, mientras que la muerte se le presenta en forma
reiterada debido al deceso de varias personas que, como él, viven solitarias en
esos páramos últimos, casi olvidados, de la Suecia profunda.
El agreste
paisaje, la cada vez más escasa presencia humana (que también destacaba Mankell
en “Zapatos italianos”), concurren para acentuar la alegoría sobre la pérdida
que nos traza este autor.
Como se dijo,
aunque “Botas de lluvia suecas” se refiera al incendio, a la búsqueda del o los
presuntos culpables, a las preguntas que suscita el solitario Fredrick, hombre
infranqueable, el escritor no ha tenido el propósito de entregarnos un nuevo
policial. Por el contrario, aunque se aproxima a sus atmósferas y las recrea en
cuanto a ambientes, situaciones de sospechas, de leves misterios, no las vuelve
hitos preponderantes.
Le interesa
más, amén de la muerte y de la soledad, hablar de las relaciones humanas y de
las dificultades para que éstas se concreten y consoliden. Fredrick es en ese
sentido un “maestro” para decir o hacer lo incorrecto, para no conectar con el
otro, alejado de todo tacto, incapaz de expresar sus sentimientos con claridad.
Apela más bien a la represión de sus emociones y por lo tanto mucho le cuesta
ser comprendido y, más aún, ser correspondido.
Las
relaciones con Louise, con la periodista Lisa y con el cartero Ture Jansson, un
personaje también huidizo en cuanto a su carácter, pero fundamental en la
trama, son los ejes movilizadores de esta novela que nos lega, pese a todo, un hálito de esperanza en una niña recién nacida, pero que al mismo tiempo dejará un gusto agridulce
en el lector, pues sabrá, al final del libro, que está ante la despedida, el
mutis por el foro final de ese gran humanista que siempre fue el querido
Mankell.
“(Con Lisa
Modin)seguimos hablando del incendio. Me pidió que le describiera cómo era la
casa, habitación por habitación. Le hablé de las gruesas vigas de roble que
formaban parte de las paredes, que fueron cortadas en la zona norte del
archipiélago y después arrastradas hasta aquí con caballos sobre el hielo. Mi
abuelo se enteró de que uno de esos transportes con vigas de roble se había
hundido al lado de una escollera, que por algún motivo se llamaba Kejsaren. Aunque
la capa de hielo fuera gruesa, podían aparecer peligrosas grietas ocultas en
las proximidades de una escollera o en las aguas poco profundas de las orillas.
El caballo, que según mi abuelo se llamaba Rummel,
había roto el hielo y se había hundido junto con el carretero, que tenía veinte
años. No había nadie cerca, nadie oyó los gritos. Hasta bien entrada la tarde
no salieron a buscarlo a la luz de las antorchas. Al día siguiente la grieta se
había vuelto a cerrar. No encontraron ni al caballo ni al muchacho hasta que
llegó la primavera y el hielo se derritió.
Era como si
volviese a dar vueltas por la casa. La impronta dejada por la vida de varias
generaciones se había esfumado en unas breves horas nocturnas. Huellas
invisibles de movimientos, palabras, silencios, penas, dolores y risas habían
desaparecido. Incluso lo invisible se puede convertir en cenizas”.
Datos para una biografía
Henning
Mankell (Suecia, 1948-2015) en sus últimos años dividió su tiempo entre Suecia
y Mozambique, donde dirigió el teatro nacional Avenida de Maputo, capital del
país africano. Autor de numerosas obras de ficción y uno de los dramaturgos más
populares de su país, es conocido en todo el mundo por su serie de diez novelas
y varios relatos cortos protagonizados por el inspector Kurt Wallander,
traducidos a treinta y siete idiomas, merecedores de numerosos galardones (como el II Premio Pepe Carvalho en
España) y adaptados al cine y la televisión (una de esas series fue rodada en
Suecia y otra en Inglaterra, con Kenneth Branagh como protagonista). Mankell ha
publicado más de treinta títulos, varios de los cuales transcurren en África.
Sus últimos libros fueron “Huesos en el jardín”, “Arenas movedizas” y “Botas de
lluvia suecas”, estos dos últimos póstumos.
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