(Más de 10.000 páginas visitadas en el blog en su actual etapa. Muchas gracias)
“El
intérprete del dolor” (“Interpreter of Maladies”), de Jhumpa Lahiri.
Salamandra,
Barcelona, 2016, 221 páginas.
Traducción de
Gemma Rovira Ortega.
En España; 18
euros. En Argentina: 295 pesos.
Con este
libro la británica-norteamericana, descendiente de bengalíes, Jhumpa Lahiri
obtuvo el afamado Premio Pulitzer en 2000. La serie de brillantes nueve cuentos
ya había sido conocida varios años atrás en nuestro idioma con el título de “El
intérprete de las emociones”, pero sin embargo no tuvo la circulación y
distribución que por su calidad hubiera merecido.
Porque
estamos ante un libro de infrecuente nivel literario, integrado por relatos que
hablan de una manera sutil, muy elaborada, del choque cultural que implica ser
oriental en un mundo occidental. Jhumpa es, a cabalidad, una persona
cosmopolita imbuida de “occidentalismo”, pero no deja de lado sus raíces y las prácticas
ancestrales. Esos choques, ya que no simbiosis, quedan especialmente
patentizados en el texto que da título al libro, muestra de la extrema
habilidad de la autora para vincular a dos culturas y mostrar de qué manera
antagonizan, presentando notables obstáculos para llegar a trazar un camino
común.
En el cuento,
el señor Kapasi es un guía de turismo de cuarenta y seis años, ya canoso, que
realiza sus tareas los fines de semana trasladando a lugares emblemáticos de la
India a visitantes extranjeros. En la historia se indica que su propósito es conducir
a la norteamericana y joven familia Das al Templo del Sol de Konark (ubicado a
unos 500 kilómetros de Calcuta, hoy Kolkata, en la región bengalí de la India).
Breve pero
contundente historia, que se presenta cargada de peculiaridades. Una de ellas
está dada por el hecho de que Kapasi trabaja como traductor para un médico que
atiende a integrantes de una etnia cuya lengua el galeno no conoce, por lo que el
guía debe “traducir” las dolencias que aquejan a sus pacientes y lo hace sin
apelar a una terminología médica sino describiendo sensaciones, algunas de las
cuales resultan un tanto extrañas. Así, le cuenta a los Das, un paciente se
quejaba de sentir que tenía “grandes briznas de paja clavadas en la garganta”,
mientras otra sentía “gotas de lluvia en la espalda”.
A Kapasi la
tarea aludida le resulta menor, sin significación ninguna y de cierta manera
humillante, porque llegó a ella luego de haberse ilusionado con una carrera
distinta, superior, ligada a las lenguas del mundo, para lo cual, de joven, había
estudiado idiomas, pero en el momento actual no recordaba más que palabras
sueltas de ellas, salvo el inglés, con el que se defendía lo suficiente como
para hablar con sus clientes. Pero la señora Das, que tiene un agudo problema
existencial, personal, entiende –mal- que este “intérprete del dolor” (físico y
ajeno) puede comprender otros dolores, menos terrenales, más ligados a la emoción
y a los sentimientos.
Por eso, en
un diálogo entrecortado, aprovechando la ausencia de su marido, la mujer le
cuenta al intérprete un secreto que guarda desde hace ocho años y espera de él
una suerte de develación, de iluminación, que confunde al chofer. Porque él a
su vez se ha contado su propia historia (diríamos acá: se ha hecho su película)
con la joven señora Das. Una historia menor, de intercambio de noticias y con
un añadido de amor platónico que se diluye no bien comprende que ella lo ha
confundido con quien no es. Y así, el cuento que empieza placentero, va
disgregándose entre grandes equívocos y errores mutuos.
Los otros cuentos. Aunque he omitido datos sustanciales de la historia, me detuve un poco
más de la cuenta en esta hermosa ficción porque es la que mejor define las
intenciones de todo el libro y porque las ambigüedades, contradicciones y
complejidades de dichas confrontaciones y equívocos quedan evidenciadas con una
riqueza expositiva infrecuente.
Riqueza que
también emerge en “Una anomalía temporal”, historia de una joven pareja bengalí
que vive en los Estados Unidos y que se ve expuesta a sus íntimas verdades a
causa de un inusitado corte de energía que se repite durante algunas horas y
cinco días seguidos al atardecer, en la zona donde viven, cuando ambos terminan
con sus tareas cotidianas y se ven obligados a una verdadera convivencia de
cara a cara, enfrentándose a sus mutuas y conflictivas verdades.
“Cuando el
señor Pizarda venía a cenar” se detiene en el conflicto armado entre Pakistán
Occidental y Oriental (luego Bangladesh), e intervención de la India, episodio
doloroso “visto” a la distancia por una familia india y un paquistaní, todos
residiendo en los Estados Unidos, las sutiles diferencias que se plantean entre
ellos y a su vez tamizados por la visión de una pequeña, que sólo puede
entender de una manera confusa las tragedias de los adultos.
“Un durwan (portero) de verdad” intenta
mostrar tanto la solidaridad como la desconfianza que el otro despierta, en
este caso en un barrio muy poblado y pobre de la India. “Sexy” refiere al alto
precio que debe pagarse en cuestiones de amor, especialmente cuando se es “la
otra” en una relación inestable. “En casa de la señora Sen” habla otra vez de
los choques culturales, en este caso el que se produce entre un niño
norteamericano y una mujer india que extraña a su país y trata de mantener sus
costumbres en un territorio, el de los Estados Unidos, que no termina de
comprender.
“Esta bendita
casa” pone en conflicto a otro matrimonio a causa de una gran cantidad de
símbolos cristianos que encuentran escondidos en la nueva finca que habitan. En
“El tratamiento de Bibi Haldar” la autora acude a la picaresca para referirse a un conflicto de origen sexual. “El tercer y último continente”, por fin, habla
de las dificultades que debió vencer, a lo largo de las décadas, un bengalí que
busca asentarse en los Estados Unidos y que, entre otros episodios, mantiene
una complicada pero emocional relación con una anciana solitaria.
Tales los
nueve cuentos que componen “El intérprete del dolor”, comienzo de una carrera
literaria que se ha visto ampliada en los últimos años, en los que en parte
residió en Italia, recibió premios y distinciones y ha tenido otras
experiencias vitales que supo volcar en sus valiosas ficciones. “La literatura –ha
dicho- es tan poderosa porque conecta a la gente en forma extraordinaria”.
Atenta a esa premisa, construye sus historias.
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Tapa de la edición en inglés |
“Algo sucedía
cuando la casa se quedaba a oscuras. Volvían a ser capaces de hablar. La
tercera noche, después de la cena, se sentaron los dos en el sofá y, cuando se
apagaron las luces, él empezó a besarla, vacilante, en la frente y el rostro, y
pese a estar a oscuras cerró los ojos y supo que ella había hecho lo mismo. La
cuarta noche subieron juntos al dormitorio, con cuidado, tanteando el suelo con
el pie para asegurarse de que habían llegado al rellano, e hicieron el amor con
una desesperación que ya habían olvidado. Ella lloró sin hacer ruido y susurró
su nombre, y le acarició las cejas con un dedo en la oscuridad. Mientras hacían
el amor, él se preguntaba qué le confesaría la siguiente noche y qué le
contaría ella, y pensar en ello lo excitaba. ‘Abrázame –dijo-, abrázame fuerte”.
Para cuando volvieron a encenderse las luces en el piso de abajo, se habían
quedado dormidos”.
Datos para una biografía
Jhumpa (Nilanjana Sudeshna) Lahiri nació en Londres en 1967 y con su familia, procedente de Bengala, India,
se trasladó dos años más tarde a los Estados Unidos, por lo que la escritora se
considera ciudadana norteamericana. Vivió y estudió en Kingston, Rhode Island
y, más tarde, obtuvo diversos títulos en la Universidad de Boston. Residió en
Italia algunos años y en 2010 el presidente Barak Obama la designó integrante
del comité de Artes y Humanidades que lo asesora. En la actualidad es profesora
de Escritura en la Universidad de Prtincenton. Ha publicado cinco libros,
cuatro de ellos traducidos a nuestro idioma: "El intérprete del dolor”, (cuentos, edición original 1999), “El buen
nombre” (novela, 2003), “Tierra desacostumbrada” (cuentos, 2008), “La
hondonada” (novela, 2013) e “In altre parole”, (2015,en italiano, autobiografía
sobre su vida en el país europeo). Por “El intérprete del dolor” recibió el
Premio Pulitzer del año 2000, siendo la primera vez que el galardón recayó en
un libro de cuentos. Por “La hondonada” resultó ganadora del Premio de
Literatura del Sur de Asia en 2014 y fue finalista de los importantes premios
Man Booker y National Award, ambos de Estados Unidoso. Está casada con el periodista
guatemalteco Alberto Vourvoulias-Bush y tiene dos hijos. “El buen nombre” fue
llevada al cine en 2006 por Mira Nair y en la película Lahiri interpreta el
personaje de Jhumpa Mashi.
Algunos
enlaces:
En
castellano:
”El
inglés es una madrastra con la que me llevo muy bien”, entrevista de Nuria
Barrios, El País, 1/3/2014 (de esta entrevista tomamos el texto con el que
abrimos el presente comentario).
En inglés:
Comentario anterior: ·”La hondonada” (publicado en el blog cuando integraba La
Comunidad de “El País”, sección hoy
inhallable en Internet)
“La hondonada” (“The Lowland”), de Jhuta
Lampiri. Salamandra, Barcelona-Buenos Aires, 2014, 414 páginas. Traducción de
Gemma Rovira Ortega.
….
La disyuntiva entre pertenecer y no pertenecer
a una determinada sociedad, queda bien plasmadas en “La hondonada” a partir de
la relación que mantienen los hermanos Subhash y Udayan, el primero ajeno a las
luchas políticas que se libraban en la región de Bengala a fines de la década
de 1960, mientras que su hermano menor vivía un visible y creciente proceso de
radicalización ideológica.
Luego de que ambos se reciben en sus
respectivas carreras universitarias, Subhash decide hacer un posgrado en una
universidad estadounidense en tanto que su hermano, al tiempo de desempeñarse
como profesor, desarrolla una intensa actividad en un grupo radicalizado, el
movimiento Naxalbari, maoísta, que se volcó a la guerrilla urbana en esa época.
En tanto la India se veía sacudida por
reiterados hechos de violencia, atentados, asesinatos y una brutal represión,
Subhash pasa a vivir a un país que si bien presentaba sus propios conflictos y
contradicciones, no le generaba grandes angustias ni sobresaltos: “Allí la vida
ya no le ponía obstáculos ni lo agredía”.
Entre
Calcuta… En
el comienzo de la novela, la hondonada del título es un terreno seco próximo a
la casa donde viven los hermanos y que, en temporada de lluvia, se transforma
en un amplio espejo de agua en el que Subhash y Udayan se bañan, nadan, juegan,
son felices en definitiva. Y se sienten más unidos que nunca.
Pero la hondonada se vuelve el lugar simbólico
–el de la niñez, el de la fraternidad- al que no retornarán cuando ya adultos
los hermanos emprendan caminos muy diferenciados: el reflexivo del hermano
mayor que lo lleva a perfeccionarse en cuestiones ambientales en la lejana y considerablemente
despolitizada nación norteamericana y el impetuoso y “maximalista” que toma
Udayan, cruel, y de trágicas consecuencias. También, en este caso, la hondonada
adquirirá una significación primordial.
Lahiri remarcará los contrastes entre la vida
en la India, más concretamente en la multitudinaria Calcuta o Kolkata, siempre
tumultuosa y de alta conflictividad, con la de la región estadounidense de
Rhode Island, un sitio comparativamente despoblado, muy pequeño y casi
provinciano, en el que vivir aislado parece ser la norma.
Vestimentas, costumbres, hasta comidas, le
servirán a la autora para remarcar esas diferencias, que se acentuarán al
máximo cuando se trata de la relación familiar, casi tribal en la India,
prácticamente atomizada en los Estados Unidos:
Y aunque Subhash permanecerá la mayor parte de
su vida de adulto en los Estados Unidos, quedará para siempre ligado a Calcuta,
tanto por la fuerte “presencia” de su hermano y sus padres, como por el hecho
de que se verá ligado –de compleja manera- con Gauri, la mujer de Urayan.
… y Rhode
Island. No
se puede contar demasiado sobre “La hondonada”, sin entrar en detalles que
hacen al “secreto” de la novela, aunque sí cabe señalar que a Lahiri le ha
interesado desarrollar y narrar una compleja historia familiar a lo largo de
más de cuatro décadas, en ambas regiones del mundo, y en la que los hermanos y
Gauri tienen papeles decisivos.
Pesan mucho la familia y las costumbres que
dejó atrás Subhash cuando decidió trasladarse a Rhode Island. Pesan tanto
porque no logra olvidarse del hermano, a pesar de que en su niñez, adolescencia
y juventud hizo cuanto pudo para marcar diferencias y distancias. El tema del
doble, lo especular (el uno reflejándose en el otro) emerge también en este
libro de manera explícita y premeditada: ”Relaciones así
aparecen en la Biblia, pero también en la mitología hindú, en la griega,
en la romana: Cástor y Pólux, Rómulo y Remo… Las religiones y los mitos
comparten historias parecidas”.
Tanto Gauri como su hija, Bela, jugarán un
papel importante en la historia y la primera, a su vez, guardará un secreto que
en su caso será una culpa que arrastrará de por vida y que Lahiri demorará en
revelar. Gauri es fundamental en la novela, por las decisiones que va tomando
tanto respecto de la familia como en relación a su persona, pero le falta una
cierta “flexibilidad” interna, mayores matices que la enriquezcan.
La novela es extensa y quizás necesitada de un
más intenso ritmo interior. Pero esa es por supuesto una afirmación subjetiva.
Importa, en todo caso, que Lahiri haya podido entregar una nueva ficción en la
que logró reiterar sus temas obsesivos (el desarraigo, el choque cultural, la
pertenencia) sin repetirse, contándonos una vasta y creíble historia.
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